sábado, 23 de noviembre de 2013

Veinte años de graduados


Antes que nada, es oportuno rendir homenaje a todos nuestros camaradas que ya no está hoy con nosotros, cadetes como Carlos Hidalgo que hoy no puede acompañarnos pero que desde la eternidad vislumbra días mejores para su promoción 93.

Estimados cadetes, creo que en tan magno evento, la prosopeya o el sortilegio no logran su cometido, pues consciente estoy de que hace exactamente 20 años un puñado de 120 niños, ingresaron en este mismo escenario, pero con miedo, si, porque así fue, miedo y curiosidad, palabras que se tornan simbióticas cuando alguien deja el seno familiar, su terruño, su apacible cotidianidad, para embarcarse en el batallón de cadetes, y no en cualquier batallón, me refiero al Glorioso Batallón de Cadetes del Colegio Militar Eloy Alfaro.

Y es que nuestros anhelos fueron comunes y sencillos, pero duros, tan duros, que no sabíamos que 06 años en este Bastión, sería el destino que nos uniría para toda la vida. Inicialmente ingresamos quizá por un prestigio, quizá por un uniforme, pero nuestra promoción fue más allá de eso, dimos el primer paso, para jugar a ser soldados, y no jugamos, porque fuimos, fuimos verdaderos soldados. 
El sistema educativo militar, de cómo colocarse el uniforme kaki, charolar las botas, quitarle el esmalte a la hebilla y del “marear” paulatinamente se convertían en un léxico, que de palabras fácilmente pasaban a la acción.

Eran madrugadas típicas de la Capital. El cielo despejado, veraniego, se apreciaban como dioses impertérritos los volcanes de las provincias colindantes. Aquel era el marco que iluminaba nuestro diario despertar. No habían obstáculos, no podíamos faltar al alimento patriótico. Nos volvimos literalmente, adictos a las formas militares.

Teníamos que fingir la voz, para hacerla más grave y dar a entender que también entrábamos en la etapa de pubertad. Debíamos practicar el don de mando, y qué mejor con una voz implacable, que evocaba el alma de cada uno de nosotros. La voz que nos acompañaría hasta nuestros días. De ahí que Napoleón no se equivocó al decir que a un soldado no solo se lo reconoce por su parada, sino también por su diatriba ante sus tropas.

Cómo no evocar a las formaciones, que durante la mañana en el llamado patio central eran largas y tediosas. Cuando estábamos en primer curso los admirábamos, emúlabamos su porte militar, sí, a los Brigadieres, quienes eran los cadetes más sobresalientes del sexto curso. Este Cuerpo de Brigadieres se conformaba con un Brigadier mayor, doce Brigadieres y doce subrigadieres. El Brigadier mayor llevaba un espadín, sable que poseían los oficiales como símbolo de mando, pero en miniatura. Consistía en una leona con rubís incrustados en sus ojos, la respectiva dragona y tiros color blanco. Se lo podía diferenciar del resto de los cadetes por las tres estrellas que llevaba en su hombro derecho. Su principal deber era el mantener la disciplina de los cadetes y velar porque la mística y esencia del Colegio Militar se mantuviera, siempre, elevada. Todo esto era un asunto legendario, con más de un siglo de tradición, y no solo de normas plasmadas en fríos manuales y reglamentos.

Todos anhelábamos tener ese orgullo militar, ese valor, o principio que henchía nuestros pechos, que nos hacía vibrar, en fin, que nos hacía sentir diferentes, diferentes en medio de una juventud que poco a poco comenzaba a valorar otras cosas.

El cadete del Colegio Militar Eloy Alfaro tenía en su mirada algo más que vestir el uniforme por simple norma o convención, trataba de complementar su presencia militar con sus gestos, el movimiento de sus manos, su forma de caminar y hasta la de hablar. Al llamado de un "más antiguo" nos cuadrábamos, era el estruendo de una granada, era escuchada por todos en el patio de formación, retumbaban las botas; mientras que cuando subíamos la mano a la visera, el subir y bajar del brazo denotaba energía, explosión, fortaleza, respeto; pero a la vez calma y seguridad interiores. La meta de todo cadete era llegar al sexto curso y ser parte de los futuros Brigadieres, ser cadetes al servicio de cadetes.

Consabido era que a los dieciocho años de edad un estudiante no es lo suficientemente maduro para guiar a cadetes que aún están en período de crecimiento y formación. Sin embargo la interrelación entre los cadetes hacía que, poco a poco, se vaya fraguando el respeto que era esencial en un instituto con tinte militar. De ahí que los Brigadieres, con su corta edad, guiaban a más de un centenar de alumnos por curso. Su elección se basaba no solo en el aspecto académico, sino en la trayectoria de seis años donde resaltaba sus cualidades físicas, militares, espirituales y de cuerpo."

La motivación nunca dejó de faltar, siempre nuestros superiores nos alentaban de una u otra forma a luchar y seguir adelante. –¡Moverse reclutas, moverse! -señalaban los cadetes más antiguos. Los de sexto a todos, los de quinto a los de cuarto hacia abajo y así sucesivamente. En estos pequeños detalles el carácter de aquellos jóvenes comenzaba a formarse, muchas veces en medio de incongruencias; pero que al final se traducían en un objetivo: formar el carácter militar. 

Cómo olvidar a nuestro inspector del Primer Curso, aquel Capitán QED,  que inspiraba confianza a los pequeños pupilos decididos a conocer la vida militar; o al menos, recibir nociones de lo que podría ser la carrera de las armas, si alguno, luego del sexto curso, optara por ella. El fue uno de los artífices para que aquella niñez no sienta otra cosa sino admiración e interés por saber más acerca de sus militares; definitivamente, en aquella época, la mejor forma fue ingresando al Colegio Militar “Eloy Alfaro”.

"Desde el “firmes”, el “a discreción”, el “atención vista a la de re”. Nuestros más antiguos nos iniciaban en el mundo de los detalles que diferenciaban a civiles de militares. El Comandante de Curso o el Brigadier nos conducía bien formados y entonábamos canciones militares: Mancha roja, Patria Tierra sagrada, Paquisha, la canción de los Comandos y otras más que mantenían viva y en muchos casos incrementaban esa llama que, cada vez, ardía más dentro de nuestros corazones. 

El personal docente era de lo más selecto de la época. Profesores que se caracterizaban por su solvencia académica, experiencia, responsabilidad, ardua dedicación en preparar las clases y carisma para dictarlas. Tenían la ferviente certeza de que un conocimiento fundamentado y actualizado conduciría a sus alumnos cadetes a convertirse en excelentes bachilleres capaces de elegir cualquier carrera, fuera o no la militar. Más que profesores fueron maestros entregados completamente a sus alumnos. En efecto, el tiempo daría la razón, pues, muchos de los bachilleres graduados llegarían a ser hombres de bien para la sociedad, tanto como profesionales y empresarios en la vida civil, cuanto como oficiales del Ejército, Marina, Aviación y Policía Nacional; ¡maestros, cuánto han dado por nosotros! 

El Templete de los Héroes era el lugar de mayor relevancia para los cadetes. Representaba el acicate del civismo en su máxima expresión. Era una estructura antigua construida para albergar los restos del soldado desconocido de la Guerra del 41. A la vez conservaba, en su interior, efectos personales del Viejo Luchador que confrontara en su lucha ideológica a los conservadores de inicios del siglo XX. También se encontraba el Telégrafo, primer avión o mono hélice que surcaría nuestros cielos por primera vez ante el asombro de los cóndores.

El sentimiento de respeto que profesábamos día a día a este emblema histórico se encarnaba en los actos cívicos de los días lunes y el reverencial silencio mientras estábamos en su alrededor. 

Cómo no recordar cuando nos llevaban al “cabo para enseñarnos las técnicas para subirlo en escuadra; también aprendíamos a hacer la “cortada”, que no era otra cosa que balancearnos con velocidad y ejecutar un giro violento hacia atrás, volviendo nuevamente a la posición inicial. Con todas estas actividades, nuestros Brigadieres e instructores, aspiraban que los niños y jóvenes comenzaran a robustecer su arrojo y decisión en las actividades que la milicia demandaba. En otras ocasiones nos llevaban a las barras, donde la “limpia”, la “clavada” y la “hoja” se convertían en los ejercicios que debíamos superar. Poco a poco la palabra imposible se iría borrando de nuestro léxico. Todo aquello que era motivo de esfuerzo, dedicación y arrojo se esgrimía como prueba de decisión en la vida militar. La piscina con su tablón era otra de las principales pruebas a superar con el “carpado”, la “patada a la luna” o el rol hacia delante. Muchos lograrían ejecutar estos ejercicios en sexto curso; pues, previo a cada desafío, los primeros en dar el ejemplo serían los cadetes de los cursos superiores, pues nunca se borró de nuestras memorias el lema de ANTIGUEDAD = EJEMPLO.

En estas instalaciones fuimos concientizados que el sacrificio nos proyectaría a mejores días. No por algo el Colegio Militar siempre obtuvo la presea dorada en casi todas las disciplinas deportivas. El box era el deporte que más se practicaba en las instrucciones militares. No era una actividad que nos era enseñada para hacernos daño o herirnos con violencia. Era un deporte que nos instaba a sacar lo mejor de nosotros en momentos de apremio y en donde las fuerzas se disipaban. Estábamos claros en su meta: de darse el caso de combate cuerpo a cuerpo con el enemigo, tendríamos la última de las armas remanentes, nuestro propio cuerpo. 

Los Viernes por la tarde y sábado hasta el medio día recibíamos instrucción formal el ciclo básico y la instrucción militar el diversificado. El aprendizaje fue rápido, mas no del todo fácil. El parche anaranjado lo utilizaban los cursos del ciclo básico y el rojo, azul y amarillo por el cuarto, quinto y sexto cursos respectivamente. El parche era una leyenda gráfica de un quijote con su coraza y flamín de plumaje amarillo, azul y rojo, nuestro tricolor. Este escudo representaba el heroísmo de las epopeyas libertarias que, a la postre, se convertiría en un símbolo del Viejo Luchador. A simple vista era lo que nos diferenciaba de los otros cursos, pero era mucho más que un par- che bordado. Los jóvenes dejaban de ser niños, se notaba el cambio en su porte militar. Especialmente en el cuarto y quinto cursos se apreciaba un convencimiento mayor por la vida del soldado.

Cómo no traer a nuestra memoria al COMIL de las Matemáticas, de la Química, de la Física y de la Oratoria sobre todo, cuyos célebres logros, más de un centenar, inclusive, seis a nivel internacional. Lograr mantener al Colegio Militar entre los primeros sitiales fue siempre la meta trazada. No en pocas ocasiones lo conseguíamos, especialmente debido al esfuerzo mancomunado entre profesores y alumnos. Fueron fines de semana y tardes enteras resolviendo problemas, haciendo experimentos o afinando detalles en las peroratas. Las materias exactas se tornaron tan interesantes como las sociales. 

Durante el Momento Cívico, nos arengaban con discursos matizados con la prosopopeya sana de alguien que persuade, que lucha, que recaba el conspicuo momento histórico a fin de estimular a sus camaradas hacia mejores días... hacia una juventud patriota. La inocencia muchas veces hacía que a tan temprana edad todo pareciera perfecto.

No en todos los cadetes el anhelo de conocer la vida militar daba la seguridad que terminarían de graduarse; muchos sueños se desvanecían en corto tiempo y muchos de aquellos cadetes pedían la baja o eran separados. 

Sin embargo, fue tanta la influencia de la vida moderna en la juventud que hasta el glorioso Colegio Militar se vio afectado. Como hermano menor de la Escuela Militar tenía muchas cosas en común; el uniforme, los sellos, canciones, Pelotón Comando, tradiciones, términos, etcétera. Fuimos testigos vivos de la abolición de la franja amarilla característica del pantalón de lanilla del cadete del Colegio Militar. Fue muy doloroso cuando se tomó la decisión de privarnos de nuestra huella digital, grabada en el alma y corazón profundos. El sello de nuestra chaqueta y la franja que nos había distinguido por tantos años se esfumaban en medio del recuerdo de lo que fue una institución, semillero de héroes y soldados, jóvenes ávidos de patriotismo.

Todos los lunes nos vestíamos con el uniforme de lanilla, el de gran parada. Teníamos que charolar los botines y limpiar con “brasso” todas las partes metálicas de los tiros que llevábamos encima del uniforme. Hombreras bien cocidas, el instrumento que se tocaba en la Banda de Guerra listo para entonar las melodías militares. Era todo un rito preparar el uniforme, lo hacíamos desde el día anterior y con la vocación de vivir nuestras propias gestas.

Éramos casi obsesivos con los detalles del uniforme. Desde el corte de cabello, “corte cadete”, hasta cómo colocarnos las ligas en las bastas del pantalón. Pues, no había otra opción para demostrar nuestra propia valía e interés por aprender a ser soldados. Desde muy pequeños aprendimos que las formas militares van de la mano con las del fondo, de la esencia, de la naturaleza misma del ser, del espíritu que guía a aquellos que aspiran un mundo diferente, al menos visto desde el ámbito castrense. Se imprimió en nuestro proceder que el liderazgo formal no es el mismo que el moral.

Las primeras marchas y los primeros ejercicios de campaña fueron ejecutados a lo largo y ancho del territorio ecuatoriano. Fue el mejor pretexto, cual paseo de fin de año en los colegios civiles, para alejarnos de nuestros hogares y comenzar a saborear la vida del soldado de cerca. Aprendimos labores básicas: cómo adujar una mochila, cómo cocinar al aire libre, cómo montar una tienda de campaña..., etcétera. Haber pisado por primera vez un cuartel fronterizo determinó, en cada uno de nosotros, un abrir nuestra conciencia hacia la real labor de nuestros compañeros soldados. El término “buddy” empezaba a tomar forma, llegamos a ser hermanos en medio de la inclemencia y austeridad, características de la vida del militar en campaña.

El espíritu de cuerpo iba desarrollándose generosamente. Los instructores aprovechaban las salidas al terreno para probar nuestra reacción ante imprevistos y para observar cuán desarrollado estaba el coraje y “ñeque” dentro de nosotros. La palabra miedo comenzaba a tomar otro significado en nuestras vidas. Ya no era el sentimiento que nos paralizaba, se había convertido en el acicate que permitía sacar a flote, a veces la calma y en otras, la agresividad. El paso de las pistas de acción y reacción, infiltración, cabos, líderes y obstáculos determinó que cualquier sensación de pánico quedase enterrada para siempre en el pasado. 

El dolor físico y el cansancio mental eran simbióticos para la consecución de estas metas. No obstante, la realidad de haber disfrutado de la vida colegial al tratar de ser el niño soldado culminaba. Nuevas metas se venían des- enfrenadas en el futuro cercano y las decisiones debían ser tomadas inmediatamente, pues, el tiempo apremiaba.

Haber hecho esta apología de lo que este puñado de cadetes hasta el fin de los días, nos hace rememorar el amor que sentimos y profesamos por esta Institución. Nuestro sentir va más allá de las decisiones acertadas o no que se vayan tomando respecto a su existencia. Para nosotros, sin temor a equivocarme, fueron los 06 años que marcaron lo que somos y seguiremos siendo hasta el fin de nuestros días.

Pido finalmente disculpas, por no haber traído a este discurso nombres, pues  he preferido referirme a las vivencias, ya que sería ingrato no nombrar a cada uno de los cientos y porqué no decirlo de miles de personajes que influyeron en nuestra vida colegial y militar.

Dentro de los valores más sublimes del ser humano, ninguno como la GRATITUD, y hoy estamos aquí camaradas todos, autoridades, instructores, profesores, cadetes, familiares y amigos de la promoción 93, hemos venido a decir gracias Colegio Militar, gracias x habernos dado la mejor educación, por habernos recibido generoso dentro de estas instalaciones, que hasta ahora tienen el agridulce aroma del verde de campaña. 

Quisiera terminar mi alocución, no sin antes expresar mis felicitaciones a todos y cada uno de los buddies que lideraron esta organización y a usted Señor Rector por haber permitido a que nuestros corazones latan, y latan de alegría en medio de recuerdos y escenas que desde que pisamos esta ardiente Planchada, jamás volvimos a ser iguales.

Gran parte de estas palabras no hubieran podido ser escritas sino hubiéramos tenido el cuidado, apoyo, guía y amor de nuestros padres y familia. Gracias a ustedes porque en esa época la relación simbiótica COMIL-FAMILIA no permitió que se den paso a las amenazas y peligros propios de la juventud. Muchas gracias desde lo más profundo de nuestro ser.

A ti DIOS porque en tu Divinidad e infinita misericordia derramaste las bendiciones para que nos demos la oportunidad de ser los jóvenes más felices y dichosos, con tu gracia nos das salud y vida para recordarlo y más aún para contarlo!.

Loor a la Promoción 93 en sus 20 años, Loor al Glorioso COMIL que adusto e impertérrito nos apremia con su SOLO VENCIÉNDOTE VENCERÁS!.


EDWIN ORTEGA SEVILLA
EX CADETE 93

jueves, 21 de noviembre de 2013

Día de la Infantería de Marina del Ecuador

La Infantería de Marina con estoicismo y sano orgullo cumple sus Cuadragésimo Séptimo aniversario, hecho que constituye el natural reconocimiento a una trayectoria llena de principios y valores militares.

Su génesis como unidad de desembarco, luego como unidad de seguridad y de operaciones especiales permitió al mando disponer de un grupo flexible y de empleo oportuno en las tareas que nuestra Armada  en el devenir de los años y en base a su dialéctica dentro del campo de la defensa y seguridad interna iría concibiendo.

¿Cómo se puede concebir a un puñado de hombres que hablaban el mismo idioma en la delicada labor del cumplimiento de las más altas tareas encomendadas por el Mando Naval? y que sus respuestas a estas arduas y delicadas misiones siempre fue con humildad, desinterés, entrega, eficiencia y eficacia?. Pues la respuesta es simple. Este Reparto Operativo subordinado al Comando de Operaciones Navales se caracteriza por tener bases exigentes para reclutar a la juventud ecuatoriana que ingresa a su seno. La capacitación y adiestramiento tiene los más altos estándares de calidad, apoyándose siempre en el marco de los Derechos Humanos y en la legalidad de su formación. No obstante, y sin alejarse de su misión, la Infantería de Marina se ha compenetrado con la sociedad civil garantizando su seguridad dentro de la competencia en base a las misiones subsidiaras que paralelamente se ejecutan; entre otras, las que apoyan a la acción del Estado y que contribuyen a la Seguridad Integral de los Espacios Acuáticos, redundando así en el buen vivir de nuestros conciudadanos.

Actualmente la Infantería de Marina con sus seis batallones ejecuta Operaciones de Defensa de la Soberanía e Integridad Territorial, Operaciones de Cooperación Internacional y Operaciones de Apoyo a la Acción del Estado, cuyo empleo se enmarca en el Plan Integral y de Protección de los Espacios Acuáticos.

Gozosa celebra un año más de vida esta noble Institución  Por ello, altiva y con vocación retumba el eco para sus adentros, de que mientras quede un infante de marina en pie sobre la tierra, en la paz o en plena guerra, flameará mi tricolor en libertad".