martes, 7 de enero de 2014

Filosofía de la vocación militar

Desde el mismo momento que gestamos nuestras vidas, nacemos con algo, algo tan profundo que nos compele a abrir nuestros ojos y sumergirnos en este mundo lleno de expectativas que como diría HOBBES en su teoría acerca de la existencia humana “El hombre es el lobo del hombre”, que dejando a un lado la real dimensión de sus palabras, tomamos la idea que desde el primer día de nuestras vidas comenzamos a luchar, buscamos un espacio en nuestra sociedad. Y esto es lo que ocurre con quienes escogemos la carrera de las armas, pero con una particularidad, que nuestra profesión es una vocación, es una filosofía de vida y que aspiramos a convertirnos en seres preclaros nutridos de intangibles. Hobbes con los militares se equivocó, pues nuestro afán es de servicio, nos asisten los valores, no buscamos mediante intereses personales o grupales atentar contra la seguridad del prójimo. 

El Art. 158 de nuestra Carta Magna claramente señala nuestras prerrogativas: las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional son instituciones de protección de los derechos, libertades y garantías de los ciudadanos, teniendo como misión fundamental la defensa de la soberanía y la integridad territorial, además que la protección interna y el mantenimiento del orden público son funciones privativas del Estado y responsabilidad de la Policía Nacional. Bajo este mandato constitucional, nuestra profesión cimenta sus bases en un cúmulo de leyes y reglamentos, que alineados al más alto nivel, nos convertimos en representantes de los más caros intereses nacionales, sea porque empuñamos las armas para, en derecho, velar por el cumplimiento del citado artículo; o porque somos el bastión de la misma fe de toda una nación.

Entonces bajo esta premisa, es complejo asegurar que no existan amenazas, internas o externas. Sería impreciso señalar que nuestro profesionalismo deba cumplirse a “medias”, más aún cuando en nuestras filas, existen diferentes especialidades, y en las cuales, cualquier error o mediocridad puede llevar a la pérdida de vidas humanas. 

Ahora bien, la vocación militar al considerarse como “la respuesta a una vocación de servicio. Se parte, por tanto, de una actitud ante la vida que se centra más en los demás que en uno mismo, y esta vocación generosa se aplica a una escala de valores en la que la Patria destaca como algo a lo que vale la pena servir. Entendámonos: la Patria, no como una palabra hueca y grandilocuente, sino como nuestro patrimonio, que incluye el país, o sea, la tierra; la nación, es decir, la gente; el estado, como la nación organizada para la convivencia; y también la cultura propia, la historia común, la aventura compartida y los objetivos en los que convergen nuestros sueños y nuestras ilusiones colectivas”.(JP de SANTAYANA, La profesión militar y el pensamiento débil). De ahí que, bajo ningún concepto, la profesión de empuñar las armas, no puede ser considerada como un estadio de observación dialéctica, es decir, que sea, puesta en tela de duda la férrea formación que por centurias han tenido los soldados, por el hecho pertinente de una firma de paz, o porque las hipótesis son concebidas como escenarios variables, amenazas o factores de riesgo.

Sin lugar a dudas, esta concepción de seguridad, no puede bajo ningún punto de vista atentar contra la formación de los militares, aquellos que desde sus primeros pasos en la carrera de las armas, han sabido entender a la “carrera de las armas” como un dogma de fe, algo que trasciende, un cúmulo de intangibles con los cuales la persona va adquiriendo experiencia y con el devenir de los cargos, se van abriendo surcos de optimismo para el futuro de la Patria.


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